Las cifras del paro no dejan de aumentar. El pasado mes de
enero el paro subió en más de 132.000 personas, una cantidad alarmante, y más
teniendo en cuenta todo el empleo que ya se ha destruido en los años anteriores
de la crisis. Ya hay más de seis millones de parados, aunque las estadísticas
oficiales no lo reflejen (hay personas que no están apuntadas en las oficinas
de “empleo” y las que realizan cursos de formación no cuentan para el cómputo).
La falta de trabajo en España también está condenando al exilio a bastantes
personas, sobre todo jóvenes muy preparados (arquitectos, médicos, científicos,
etc.), con lo que perdemos un enorme potencial en desarrollo e investigación.
Detrás de esas intolerables
cifras hay dramas personales y familiares. Para el sistema capitalista,
profundamente deshumanizado, sin sentimientos, son solamente números. Las políticas
liberales -que dejan la economía desregulada- la corrupción y una política
fiscal injusta son las responsables de llevar a cada vez más personas a la
pobreza, a la miseria y a una ruina moral. Estamos en un sálvese quien pueda.
En la calle se respira miedo, desesperanza, incertidumbre e indignación. El no
poder hacer frente a las facturas e incluso a una necesidad tan básica como es
el comer -en definitiva, el no poder vivir con dignidad- ha hecho que la
ansiedad crezca y además estamos viendo cómo los desahucios han provocado que
los suicidios aumenten, siendo éstos ya la primera causa de muerte no natural
en nuestro país.
Por otra parte,
más de dos millones de personas desempleadas ya no reciben ningún tipo de
subsidio o ayuda. Las hay que tienen el apoyo de su familia. Otras trabajan en
la economía sumergida. Bastantes acuden a comedores sociales, cada vez más
abarrotados, o reciben comida de organizaciones no gubernamentales. Aunque sin
duda los casos más graves son los de la gente que busca comida en los
contenedores de la basura. Y es que para cada vez más personas cada día se limita
a una lucha por sobrevivir. Ello es consecuencia de una política que ha reducido
el Estado a la mínima expresión, mediante una severa austeridad que ha
recortado el gasto público enormemente. El aumento de la presión fiscal a la
clase trabajadora para recaudar más e intentar cumplir así el objetivo de
déficit fijado por la Unión Europea ha paralizado el consumo y la inversión.
Las exportaciones han aumentado, pero lo han hecho a costa de una reducción de
los salarios. Sin embargo, las economías más prósperas siempre han sido las de
países cuyos trabajadores tienen buenos salarios, pues las empresas venden
mejor sus productos. Aunque el comercio exterior aumenta en España, probablemente
no compensará la caída del consumo interno; y de no ser por el turismo
seguramente el país habría quebrado ya.
Es menester
cambiar la política económica para que no haya personas abocadas a la
marginación y condenadas al ostracismo. Y son muchas ya las que han sido
abandonadas a su suerte. Es necesaria una política que estimule la creación de empleo
y que reparta el trabajo. Todas las anteriores reformas laborales han sido inútiles,
sólo han servido para conculcar derechos de los trabajadores y no han hecho
disminuir las cifras del paro porque no han generado actividad económica. Para
ello, hay que hacer llegar el crédito a las pequeñas y medianas empresas y a
las familias con la creación de una Banca Pública. Las primeras para que puedan
contratar y las segundas para que puedan consumir más. Por otra parte, el
Gobierno debe favorecer la creación de tejido industrial en suelo público. Y
para repartir el trabajo es fundamental suprimir las horas extraordinarias.
Porque únicamente saldremos de la crisis de una forma justa y eficaz con
medidas sociales basadas en el reparto del trabajo y de la riqueza.
Publicado en Heraldo de Soria el miércoles 6 de febrero de 2013