martes, 5 de febrero de 2013

La desesperación de los parados

Las cifras del paro no dejan de aumentar. El pasado mes de enero el paro subió en más de 132.000 personas, una cantidad alarmante, y más teniendo en cuenta todo el empleo que ya se ha destruido en los años anteriores de la crisis. Ya hay más de seis millones de parados, aunque las estadísticas oficiales no lo reflejen (hay personas que no están apuntadas en las oficinas de “empleo” y las que realizan cursos de formación no cuentan para el cómputo). La falta de trabajo en España también está condenando al exilio a bastantes personas, sobre todo jóvenes muy preparados (arquitectos, médicos, científicos, etc.), con lo que perdemos un enorme potencial en desarrollo e investigación.

   Detrás de esas intolerables cifras hay dramas personales y familiares. Para el sistema capitalista, profundamente deshumanizado, sin sentimientos, son solamente números. Las políticas liberales -que dejan la economía desregulada- la corrupción y una política fiscal injusta son las responsables de llevar a cada vez más personas a la pobreza, a la miseria y a una ruina moral. Estamos en un sálvese quien pueda. En la calle se respira miedo, desesperanza, incertidumbre e indignación. El no poder hacer frente a las facturas e incluso a una necesidad tan básica como es el comer -en definitiva, el no poder vivir con dignidad- ha hecho que la ansiedad crezca y además estamos viendo cómo los desahucios han provocado que los suicidios aumenten, siendo éstos ya la primera causa de muerte no natural en nuestro país.

   
   Por otra parte, más de dos millones de personas desempleadas ya no reciben ningún tipo de subsidio o ayuda. Las hay que tienen el apoyo de su familia. Otras trabajan en la economía sumergida. Bastantes acuden a comedores sociales, cada vez más abarrotados, o reciben comida de organizaciones no gubernamentales. Aunque sin duda los casos más graves son los de la gente que busca comida en los contenedores de la basura. Y es que para cada vez más personas cada día se limita a una lucha por sobrevivir. Ello es consecuencia de una política que ha reducido el Estado a la mínima expresión, mediante una severa austeridad que ha recortado el gasto público enormemente. El aumento de la presión fiscal a la clase trabajadora para recaudar más e intentar cumplir así el objetivo de déficit fijado por la Unión Europea ha paralizado el consumo y la inversión. Las exportaciones han aumentado, pero lo han hecho a costa de una reducción de los salarios. Sin embargo, las economías más prósperas siempre han sido las de países cuyos trabajadores tienen buenos salarios, pues las empresas venden mejor sus productos. Aunque el comercio exterior aumenta en España, probablemente no compensará la caída del consumo interno; y de no ser por el turismo seguramente el país habría quebrado ya.

    Es menester cambiar la política económica para que no haya personas abocadas a la marginación y condenadas al ostracismo. Y son muchas ya las que han sido abandonadas a su suerte. Es necesaria una política que estimule la creación de empleo y que reparta el trabajo. Todas las anteriores reformas laborales han sido inútiles, sólo han servido para conculcar derechos de los trabajadores y no han hecho disminuir las cifras del paro porque no han generado actividad económica. Para ello, hay que hacer llegar el crédito a las pequeñas y medianas empresas y a las familias con la creación de una Banca Pública. Las primeras para que puedan contratar y las segundas para que puedan consumir más. Por otra parte, el Gobierno debe favorecer la creación de tejido industrial en suelo público. Y para repartir el trabajo es fundamental suprimir las horas extraordinarias. Porque únicamente saldremos de la crisis de una forma justa y eficaz con medidas sociales basadas en el reparto del trabajo y de la riqueza.

Publicado en Heraldo de Soria el miércoles 6 de febrero de 2013