lunes, 13 de marzo de 2023

La vivienda en España, un lujo

Acceder a una vivienda, tanto en alquiler como en propiedad, se ha convertido en un lujo. Dicho acceso está condicionado al nivel de renta. No es normal que una persona tenga que destinar la mitad de su sueldo e incluso la mayor parte del mismo para vivir de alquiler o que tenga que casarse con un banco, endeudándose casi media vida, para poder acceder en propiedad a una vivienda digna. Y máxime siendo esta un derecho constitucional. Para que la vivienda sea realmente un derecho y no un lujo, debe dejar de considerarse un bien de mercado. En España hay una fuerte cultura de la propiedad, del acaparamiento, con la finalidad de especular en muchos casos. De hecho ha aumentado el número de grandes tenedores de vivienda, que son las personas que tienen en propiedad más de 10 inmuebles. Por otra parte, el número de personas sin hogar aumentó casi un 25 % en 2022, siendo ya más de 28.000 personas. No puede hablarse de una democracia plena o consolidada mientras haya tantísima gente viviendo en la calle. En el último trimestre las "okupaciones" se han frenado y los desahucios han aumentado un 40 %. Por ello, urge prohibir para siempre los desahucios sin alternativa habitacional.                   

   España es uno de los países de la Unión Europea que menor porcentaje tiene de viviendas sociales construidas, tan solo un 2´5 % respecto al total de las construcciones del país, frente al casi 10 % de la Unión. Por lo tanto España está a la cola de Europa en este sentido. Y precisamente la solución al problema de la escasez y carestía de la vivienda es construir muchas viviendas sociales en suelo de propiedad estatal, aunque esto vaya en contra de los intereses de especuladores y rentistas. También hay que impedir por ley que la vivienda pública pueda venderse a fondos de inversión. De esta forma se evitarían atropellos como el cometido por Ana Botella en Madrid, que vendió a precio de saldo más de 1.800 pisos sociales a un fondo buitre estadounidense.

   Con abundantes alquileres a 200 euros mensuales, se haría una magnífica inversión social que además sería rentable para el Estado. Porque si el precio del alquiler ha subido tanto es por la elevada demanda y la escasa oferta, obligando a la gente a pagar cantidades desorbitadas por la necesidad de tener un techo. Además los propietarios que tienen los pisos cerrados, sin alquilarlos, también contribuyen al encarecimiento de la vivienda. El año pasado el Gobierno ya limitó la subida de los alquileres al 2 % debido a la elevada inflación y ha prorrogado dicha medida durante todo el año 2023. En mi opinión esta debería ser permanente; y además es perentorio regular el mercado del alquiler estableciendo un precio máximo en las llamadas “zonas tensionadas”, aquellas en las que el precio de la hipoteca o del alquiler supera el 30 % de los ingresos medios de los hogares. 

   La enorme dificultad para acceder a una vivienda también ha provocado que el número de nacimientos en España esté en mínimos históricos. Y la natalidad seguirá cayendo mientras se exija a los jóvenes la mayor parte de lo que ganan para pagar un alquiler sin cobrar sueldos dignos, en empleos inestables con horarios imposibles y, en definitiva, viviendo con incertidumbre. Encima hay políticos conservadores que se quejan de la baja natalidad y piden a los jóvenes que tengan hijos, cuando algunos de ellos tampoco tienen. Es el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, o del vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García Gallardo. Si se quiere que aumente la natalidad, lo primero que hay que hacer es subir los sueldos y regular los alquileres. Bastante gente joven, mayor de 30 años, sigue viviendo con sus padres porque no puede asumir el coste de un alquiler y mucho menos comprar una vivienda. La juventud, en general, no es tonta; no va a irse a vivir debajo de un puente. Y si esta no puede independizarse económicamente, el país no tiene futuro.


miércoles, 1 de marzo de 2023

La subida de precios, una estrategia orquestada

La cesta de la compra sigue por las nubes. La eliminación del IVA a los alimentos básicos (pan, patatas, fruta, legumbres, etc.) y la reducción de dicho impuesto al aceite son insuficientes. Es llamativo, por ejemplo, el hecho de que un alimento tan abundante y saludable como la fruta esté tan caro, mientras que la comida basura (sin el menor valor nutritivo) sea tan asequible. También llama poderosamente la atención una estrategia que consiste en disminuir (a veces de forma casi imperceptible) el tamaño o la cantidad de algunos productos embolsados o envasados manteniendo el mismo precio o incluso aumentándolo. Dicha estrategia se conoce con el nombre de reduflación y es reflejo del país de chorizos en el que vivimos. Y es que hay empresas e intermediarios que se están forrando con la excusa de la guerra en Ucrania. En una economía de libre mercado no es el Gobierno el que pone los precios de los alimentos; pero este sí puede limitar el de los productos de primera necesidad, tal y como propuso Unidas Podemos. La intervención pública es necesaria para intentar corregir abusos, injusticias y desequilibrios, pues está clarísimo que el mercado no se regula solo. Por otra parte, aunque la reciente subida del salario mínimo a 1.080 euros realizada por el Gobierno progresista está bien, como en la década pasada casi no subió con el Gobierno del PP, sigue siendo bajo para el elevado coste de la vida. El salario mínimo no debería ser inferior a unos 1.400 euros al mes; una cifra que ya se habría alcanzado si desde hace 10 años se hubiese subido unos 80 euros al año.

   La mayor parte de los salarios no suben al ritmo de la vida. Sin embargo el sueldo del presidente de la patronal ha subido por encima del IPC. Garamendi cobra casi 400.000 euros anuales y pide moderación salarial sin despeinarse, a pesar de que aproximadamente la mitad de los ciudadanos no llega a fin de mes. Por cierto, el pasado mes de febrero el PP se reunió con empresarios para elaborar su programa electoral, dejando muy claro de parte de quiénes está. Los empresarios deberían pensar que cuanto menos cobren los trabajadores, peor venderán sus productos. La economía empieza en los bolsillos de la gente, pero hay una minoría poderosa que trata de vaciarlos. Si antaño los peces gordos ordenaban despidos masivos cuando había gobiernos progresistas en España, ahora disparan los precios de productos básicos y generan malestar social. En ambos casos lo hacen desde sus despachos, sentados cómodamente, sin necesidad de recurrir a la violencia. Es una estrategia perfectamente orquestada para tratar de derribar al Gobierno, ya que saben muy bien que una inflación elevada hace que bastante gente eche pestes del mismo y cambie el sentido de su voto.