Son consumidos desde hace tiempo por muchas personas y están aceptados socialmente, aunque son bastante perjudiciales para la salud. Su fama mundial es debida sobre todo a una gran publicidad. Son adictivos por la enorme cantidad de azúcar que contienen y por la cafeína. Hay estudios médicos y científicos serios, sin ánimo de lucro, que demuestran que la ingesta de bebidas muy azucaradas incrementa la producción de dopamina (un neurotransmisor) en el cerebro, provocando elevación del ánimo y placer. Tomado en exceso, el azúcar provoca una adicción similar a la de las drogas. También causa caries y otras enfermedades porque descalcifica y “roba” nutrientes, además de espesar y acidificar la sangre. Un elevado consumo de azúcar también puede causar diabetes, obesidad, arteriosclerosis, enfermedades del corazón, etc.
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Cantidad de azúcar en un refresco de cola. Cada terrón tiene cuatro gramos |
La cafeína de los refrescos de cola excita el sistema nervioso y puede provocar insomnio y dependencia física. El gas carbónico (las burbujas) que contienen es el responsable de la adicción psicológica y además provoca gases (y dispepsias con el tiempo). Otro ingrediente de estos refrescos es el ácido fosfórico, que favorece la osteoporosis. Y la combinación de este ácido con el azúcar dificulta la absorción de hierro, lo que puede generar anemia y mayor facilidad para contraer infecciones, principalmente en niños, ancianos y mujeres embarazadas. El grado de acidez de estos refrescos es tal que pueden provocar úlceras en el aparato digestivo y dañar los riñones; incluso personas adictas a ellos han llegado a padecer cáncer. Por otra parte, según un estudio danés, tanto la cantidad como la calidad de los espermatozoides de hombres que los toman se ve reducida con respecto a aquellos hombres que no lo hacen. Para finalizar decir que la suma de los susodichos componentes hacen de los refrescos de cola unas bebidas tóxicas y en mi opinión casi comparables al alcohol y al tabaco, pues son un veneno de muerte lenta. Y las autoridades sanitarias siguen sin tomar cartas en el asunto, ya que no obligan a indicar en los envases los peligros que conlleva su consumo. Lo cual confirma que prevalece el dinero sobre la salud pública.
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